Bob Dylan tenía 53 años. Llevaba una camisa de lunares blancos,
unos pantalones negros y una americana del mismo color. Tenía rizos, pero menos
que antes, cuando aceleraba los corazones de las jovenzuelas que se quedaron
prendadas de su mirada perdida. En los Sony Music Studios de un frío 18 de
noviembre neoyorkino había poca luz, pero él llevaba sus eternas Ray-Ban
Wayfarer, también azabaches.
Tonos azulados. Un par de focos divididos en varios haces blancos
creaban el fondo del cuadro. Frunce el ceño y levanta los labios. Se apoya
ligeramente en el taburete que tiene detrás de sí, tan poco, tan poco que
parece que ni se sienta. De hecho, se levanta pronto. Toca un poco encorvado.
Se acerca al micrófono enseñando los colmillos, como si lo amenazara. Entonces
suelta la primera frase:
Mama take this badge of
off me
Alarga las primeras vocales de todas las palabras. Todavía no ha
terminado “badge” cuando los primeros silbidos emergen desde el fondo oscuro de
la sala. Se llena progresiva, ascendentemente, de un murmullo de satisfacción,
de emoción. La alegría, los vítores, los aplausos que asoman el hocico para no
sobrepasar en decibelios se mezclan con los acordes de la guitarra. Rasgan las
cuerdas y mecen la voz del hombre que preside el escenario.
I can’t use it any more
Callan los ojos ávidos y los oídos llorosos. Sólo hay sitio para
Dylan y su guitarra. Y las pinceladas de su vecina que lo acompaña.
It’s getting dark, too
dark to see
And I feel like I’m
knocking on heaven’s door
Alarga la última “o”, la suaviza al final, la envuelve con los
acordes de la guitarra y entonces, mientras el público contiene la respiración,
la pronuncia:
Knock knock knocking on
heaven’s door
Las primeras tres palabras suaves, las segundas tres desgarran.
Sube al tono que usaba antes. Pausa. Guitarra. Y de nuevo:
Knock knock knocking on
heaven’s door
Ahora toda la frase la canta, arrastrándola, al mismo nivel que
dijo antes la última parte del verso.
Knock knock
Knocking on heaven’s door
Just like
So many times
before
Las o’s largas, temblorosas, sinuosas. Y entonces, mientras
termina la última, flexiona las rodillas, sonríe, aprieta la guitarra, la
segunda lo sigue y entra la batería, de la mano del teclado, relevando a la
pandereta y esa voz, la voz que hizo decir a Jimi Hendrix “si él canta, yo
también”, arranca un “mama” del fondo de sus entrañas:
Mama wipe the blood out
of my face
I just can’t see through
it any more
Frunce el ceño. Alarga la “o”, se aleja del micro. Deja que esa
distancia se coma la “r”.
Got a lone black feeling
and it’s hard to trace
Borbotea la última “a”. Levanta el labio superior, agudiza esas
arrugas en la frente, enseña los dientes. Parece un perro rabioso. Y escupe un feel sentido, corto y directo.
And I feel like
I’m knocking on heaven’s
door
Estallido del conjunto instrumental. Y llama a la puerta. Y llama.
Y llama.
Knock knock knocking on
Heaven’s door
Knock knock
Knocking on
Heaven’s door
Knock knock knocking on
Heaven’s door
Just like
Respira rápido. Entrecorta.
So many
Alarga la m, se la come.
Times before
Eterna “o” alejándose del micro…
Se balancea, explotan los demás instrumentos, bajan el volumen. Y
llega la armónica. Suena rasgada. Titilante. Afónica y gastada. Embiste el
aire. Contiene la respiración el público. Una batería constante y un teclado.
Sopla, sopla, se balancea, levanta la cabeza. Ruge el público cuesta arriba y
embiste el micrófono ese “mama” demoledor:
Mama lay my guns on the
ground
Siguen los vítores. Las palmas. Los silbidos.
I just can’t fire them
Disminuye la voz, baja la cabeza.
Any more
That long black train is
coming on down
Cierra la u del final. Se balancea, sigue frunciendo el ceño. No
se sabe dónde mira.
And I feel like
I’m knocking on
Heaven’s door
Y convierte la “o” del final en casi una “a”. Abre la boca. Ladea
la cabeza. Enseña los dientes. Suben la potencia los demás. El batería acomete
contra los tambores. Mueve la melena. Teclado en tono épico. Alarga las notas.
Sube la temperatura de la sala.
Knock knock
Knocking on
Heaven’s door
Knock knock
Knocking on
Heaven’s door
Knock knock knocking on
Heaven’s door
Se ladea de nuevo. Sigue abriendo la boca. Se le arrugan las
comisuras. ¿Estará cerrando los ojos?
Just like
So many times
Before
Tontea con la “o”. La balancea, la lanza al aire. La hace subir y
bajar. La recoge una “r” difusa, soñolienta y lejana, que viene de lejos. Del
fondo del estómago. Está casi devorada. Es casi una “a”, con imaginación. Va
levantando la cabeza.
Suben y bajan las guitarras como las rodillas de los dos hombres
que las acarician. Se balancea el contrabajo. Espacio para la melodía principal
que susurra desde la de Dylan. Es sonriente y entra dentro fácilmente.
Él se levanta, se aleja del micro y del taburete. Sonríe también.
Ralentiza. Sigue. Camina hacia atrás. Baila. Ralentiza de nuevo. Mira hacia
atrás.
Uno.
Dos.
Tres.
Se da la vuelta. Abre la boca. Mira al batería que está atacando
los platillos. Levanta la guitarra y…
…fin.
Sólo rugidos. Silbidos. Se acerca al micro, mueve la mano. Se da
la vuelta, da unos pasos, se rasca la nuca. Y lo engulle el negro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario