Cuando era pequeña y mi abuela
compraba el periódico, me gustaba observarla después de comer mientras hacía
sus cosas. Primero retirábamos la mesa (tarea en la que yo colaboraba
emocionadísima, qué ironía), después me tocaba a mí sacudir el mantel para
quitar-le las migas de pan y demás restos de comida, y después se disponía ella
a fregar los platos y yo me sentaba en la punta izquierda del sofá.
Luego ella terminaba esa ardua
tarea y, dejando toda la estancia con olor a jabón, se sentaba en su butaca y
cogía las gafas y el periódico. Yo observaba la rutinaria sucesión de hábitos
cuya mínima alteración significaba un importante cambio en el estado de la
abuela. Y en el mío, por extensión.
Pasaba las páginas lentamente.
Nadie le había enseñado a leer y que fuera autodidacta era un plus de
admiración por mi parte (“mamá, ¡la abuela sabe leer pero no ha ido al cole!”).
Pero recuerdo que lo que más me fascinaba era su capacidad para leer todo el
periódico en una tarde. Y si bien esto es una forma de hablar, de hecho si ella
no leía todo el rotativo, quizá se dejaba por leer un 30%, nunca más.
Un par de años después, me sigue
fascinando aquello de poder leer un periódico entero en menos de una tarde. Justo
antes de que los párpados caigan, pesados y rugosos, sobre los ojos cansados.
Pero supongo que como por arte de
magia, aunque no terminemos el periódico, da siempre la casualidad que acabamos
leyendo lo que más nos interesa. Y no me refiero a los titulares atractivos,
sino a textos cuya relación con otros ya leídos resulta clarísima, si bien el
camino que hemos tomado para llegar a parar a ellos es bastante más difuso.
En el número de EL PAÍS SEMANAL
del pasado domingo 21 de julio, Javier Marías escribía un artículo bastante
interesante.
Confieso que mi debilidad por
Marías fue el mayor impulso para la lectura de dicho fragmento, si bien el
título podía insinuar algo bastante aventurado.
Con su habitual escrutinio con
clase de la lengua, Marías analizaba, azotando con el látigo de su pluma, los
últimos movimientos del Gobierno de Mariano Rajoy en lo referente al juicio
ante Tribunal Militar de civiles. Y en el ambiguo contexto del momento, decía
Marías que el Ministerio de Defensa llegaba al colmo de lo indefinido
estipulando que una de las situaciones en que un civil puede ser juzgado ante
Tribunal Militar es en “situación de conflicto armado”.
“Si esto no es militarizar a la
población de nuevo, privarla des sus derechos fundamentales y entregarla a la
discreción y arbitrariedad del Ejército, que venga el General Franco y lo vea.
Se frotaría las manos […]” decía un Marías cuyo texto es, en esencia, una
metáfora que introducía al principio del mismo: las noticias menores, que es
como las llama el autor, son aquellas que en un momento en que el Estado
español se sume en la putrefacción de una falsa democracia dejan entrever el
nivel de alarma que el Gobierno se esfuerza en tapar.
Corramos un tupido velo.
¿Un tupido velo a base de escupir
de lleno en la cara de la libertad?
Interesante y un tanto
perturbador fue que dos días después de leer el artículo de Marías me topara yo
(en mi afán por terminar de leer “Los Países” de los domingos) con una noticia cuyo
título, de ser mío, me habría tachado de arriba abajo mi antiguo profesor de
Redacción, pero que a mí me encantaba.
“Los periodistas, de lejos y sin
preguntar” era una pieza informativa obra de Rosario G. Gómez en la que se
describía la situación de malestar vivida por los profesionales periodísticos
que se quejaban de las cada vez más frecuentes prácticas gubernamentales de
restricción de la información. Medidas que Marías calificaba de franquistas en
su artículo del Semanal.
¿Sin más ni menos, un SMS de La
Moncloa previo a una reunión entre Rajoy y el Consejo Empresarial de la
Competitividad (líderes de Telefónica, La Caixa, BBVA, Repsol, etc., para que
se imaginen ustedes el tipo de situación) que dice que dicho evento (NO SECRETO
SEGÚN LA AGENDA) no tendrá cobertura gráfica?
¿Los periódicos reciben después
tres únicas fotografías, en las que aparece Rajoy charlando distendidamente? ¿Y
TODO EL MUNDO LAS PUBLICA?
¿Sin más ni menos?
Y mientras tanto la noticia que
dibuja las líneas de tal ataque frontal a la libertad de información y por extensión a cualquier otra libertad es
una de esas pequeñas noticias, noticas menores, de que hablaba Marías.
Las que dicen, castigadas a no
ser vistas, lo que nadie dice.
El “Thank you, Mr. President” de
la primera dama del periodismo estadounidense Helen Thomas se apagó el 20 de
julio de este año dejando un legado de preguntas incisivas y críticas
sangrantes que reposan a los pies de su inolvidable silla en la primera fila de
la Sala de Prensa de la Casa Blanca.
A sus ochenta años continuaba
entrando en el famoso edifico, cuando la mayoría de sus compañeros habían abandonado ya su trabajo. Arrastrada
por su cometido convertido en manera de vivir, la mujer que recibiera cupcakes de parte de Obama en su 90
aniversario no dejó jamás de grabar a grito de pluma que “nuestro trabajo (de
los periodistas) consiste, aparte de contar la verdad, en que el público
conozca los abusos del poder y las injusticias.”
“El legado de Thomas, de
principio a fin.” Era la frase que cerraba el obituario en EL PAÍS del domingo
21 de julio de 2013.
Sí, me leí ese artículo veinte
minutos después de “Los periodistas, de lejos y sin preguntar.”
Nuria Ribas Costa
http://elpais.com/elpais/2013/07/19/eps/1374226971_637605.html
http://elpais.com/elpais/2013/07/19/eps/1374226971_637605.html
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