sábado, 12 de octubre de 2013

Cerveza, sordina y escobillas

Olía  a cerveza y a música cubana. A madera desvencijada y a luces rotas. Olía a whisky y a tequila, al metal de los taburetes altos de barra. Olía a la tapa levantada de un piano de pared de madera fea, a micrófonos y a cables. Olía a patio de butacas improvisado, a cristal y a focos de colores cálidos. A una sordina rodando encima de la madera de un escenario pequeño. Olía al humo de los pitillos que se filtraba por las rendijas de la puerta, a papel de unas partituras que no estaban presentes y a fundas de instrumento. Olía a metal de saxo y a polvo.

Olía a músico. Y a música.

La entrada era de esas de dos puertas, con un cartel que rezaba el nombre del local en forma de media circunferencia. Harlem Jazz Club. En blanco y negro. La segunda puerta tenía cristales y madera vieja. Justo después de franquearla aparecía un cachivache alto, una selecta y esbelta mesa convertida oficina de admisión. Llena de papeles y con un hombre y una mujer como guardianes.

Luz tenue, una barra larga, de madera quizá, y un fondo blanco con botellas. Infinitas botellas de alcohol.

Flanqueando el pasillo hasta la zona ancha, una fila de taburetes de esos altos de metal sin cojín, a la izquierda, formando cual ejército de soldados; y una pared blanca a la derecha. Sosa. Triste.
Sabía a papel de fumar y a saliva en el suelo. A limón y a cerveza negra.

Luego una sala grande, si así podía llamársele. Un espacio ancho con el escenario al fondo y una segunda barra a la izquierda. Pequeña, con caperuzas de lámpara colgadas al revés, y focos amarillentos proyectando desde arriba haces etéreos en su interior.

La luz estaba rota. Era fucsia, naranja, roja, amarilla y blanca. Tímida, arrancaba pedazos a la oscuridad predominante en el local.

Era tarde. Horario músico. Retraso de cortesía que permite a los más tardones regodearse en su prefabricada puntualidad. Pero era ya demasiado tarde.

Entonces nació el movimiento al lado de la segunda barra. Tomaron cinco siluetas el escenario, se iluminaron sus caras en rosa, rojo y amarillo.

Un, dos, tres…

No olía sólo a música.

Olía a jazz.



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Una batería marcaba el ritmo. Colocada al fondo como si no hubiera espacio para todos en aquel diminuto escenario, un joven vestido de azul golpeaba con soltura aquella fabulosa invención de percusión. Hacían en ocasiones las escobillas su aparición intrusa, difuminando el sonido de los platos, que se mezclaba con la luz y el polvo y las gotas de saliva que llenaban los vientos que tomaban el relevo del protagonismo.

Un saxo, una camisa de manga corta, un gorro y un ritmo intravenoso, de movimientos y sonidos seseantes, de notas que derramaban clase.

Una trompeta, con sordina, que parecía hablarle al micrófono en susurros, como cantándole un secreto sin saber que su silencioso interlocutor ya se lo estaba contando a toda la sala. Entonces en un abrir y cerrar de ojos desaparecía el tapón y chillaba estridente la trompeta, cayendo casi, hacia atrás, el joven de camisa oscura, brillante bajo el foco, sermoneando a gritos en forma de notas al micrófono por su indiscreción.

Pero callaban los vientos y volvían las cuerdas. Las pulsadas, con su sonido envolvente e hipnótico, abrazaban camufladas y discretas a la armonía de las cuerdas percutidas de un piano de pared. Con camiseta blanca y pelo largo, movía los dedos con soltura el bajista para dar pie a un joven de ojos claros que tocaba encorvado hacia adelante, la oreja peligrosamente cerca de sus amadas teclas, caídos los párpados al son de la música.

Miradas cómplices, sonrisas sinceras y ojos brillantes. Rostros jóvenes y una energía que teñía el Harlem. Gritos de júbilo, de admiración, de emoción y de juerga.

Un ritmo jazzseado, mezclado con crescendos que despertaban emociones, un crescendo que subía y subía y explotaba en una armonía perfecta entre cinco músicos de orígenes idénticos.

Músicos con sabor a sal y olor a tierra rodeada de agua, convertidos en parte del cartel del 45 Voll Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona.

Se llaman La Marina Band, y nos esperan arriba.





Presentació el divendres 11 d’octubre del primer álbum, de l’agrupació de jazz eivissenca La Marina Band, Adalt, al Harlem Jazz Club de Barcelona.


 Nuria Ribas Costa